Hoy, un retrato, muerto, ha vuelto a acercarse a mí.
Se ha fijado en la grieta por la que sale la poca luz que causan mis palabras al brillar,
y se ha colado por ella.
Ha bajado
por mis terminaciones nerviosas
haciéndome cosquillas
obstruyéndome
las neuronas.
Me lleva la mano de pulmón a pulmón,
de corazón a corazón,
pellizcando mis sesos
y mi sexo,
mientras gime
y exhala
mi nombre.
Sale de mí
con la cabeza baja
y la misma vergüenza
de quien se pierde
a sí mismo.
Hay una luz
iluminando mis dedos de los pies.
Sus ojos, son el faro que me guía
a un campo de minas
que construí
hace un milenio.
A pasos de rascacielos,
voy bailando
por encima de ellas,
sobrevolando mis noséquéhayconmigo
estayanosoyyo
quéhehechoahora
y la sombra huye
conmigo
de mí.
Y entonces, soy grito y cristal
irónicamente cortando
con absoluta fragilidad.
Y me tiritan los ojos
oyendo cenizas
mientras de mi reloj sale una bailarina
con las manos y el alma retorcidas.
Juega a hacer equilibrio
en mis pestañas
con un calibre 38 en la nuca,
entrelazando su nostalgia con la ausencia.
Resopla,
y el frío
de su corazón
hace que de su diminuta nariz salga vaho
y polvo de estrellas,
que me envuelve
y me devuelve al presente.
Mi presente: humo, hielo, arañazos.
Nirvana y orgasmos de carcajadas e ira;
qué bonito hablan los hechos.
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